Conexiones beethik: entrevista a Antonio Argandoña

Profesor emérito de Economía y de Ética de la Empresa en IESE. Ha dedicado toda su vida profesional a la docencia e investigación en economía, ética y responsabilidad social de la empresa.

Es Académico Numerario de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de España; presidente del Comité de Normativa y Ética Profesional de Colegio de Economistas de Cataluña y pertenece a comités éticos de instituciones financieras, asociaciones empresariales y medios de comunicación, entre otros. Ha recibido diferentes galardones y es autor de numerosos libros y artículos.


1. ¿Qué te sugiere el concepto de ética de la responsabilidad radical, especialmente en estos momentos tan inciertos que estamos viviendo?

Si un directivo me preguntase por qué debe ser ético, la razón última que le daría es porque debe ser un buen directivo, y no puede serlo si no es radicalmente ético. La ética no es un añadido a unas decisiones más o menos correctas desde el punto de vista económico y técnico; no es la guinda del pastel, sino que forma parte de la masa de este.

Si un directivo quiere ser un buen directivo ha de preguntarse por las consecuencias, por todas las consecuencias, de sus decisiones. Primero, por las consecuencias económicas, claro está. Pero después, por las consecuencias sobre las personas. ¿Qué le pasará a mi cliente, si le engaño sobre las cualidades de mi producto? ¿Qué le pasará a mi vendedor, si le estoy incentivando para que mienta al cliente? ¿Qué estará aprendiendo mi contable si le estoy diciendo que simule que un soborno es una operación legal? Mis decisiones dejan “huellas” en los demás, y esas huellas influirán en sus decisiones futuras. Es ahí donde nos jugamos la lealtad de nuestros colaboradores.

Y tercero, he de preguntarme también por las consecuencias que mi decisión tendrá sobre mí mismo. Porque en mis decisiones estoy “aprendiendo” a tratar a mis empleados con la dignidad y justicia que se merecen, o a hacer lo contrario; y a hacer frente a mis deberes para con la sociedad o a ignorar esos deberes…

Pero la ética en la empresa no afecta solo al directivo como persona y como profesional. La empresa es una comunidad de personas que colaboran en un proyecto común, que a todos interesa, aunque por motivos distintos. Una vez que el directivo se ha convencido de que debe ser radicalmente ético, ha de extender esto al resto de la organización, respetando la libertad de las personas. Y aquí aparecerán el propósito o misión de la empresa, como guía para las decisiones de todos; el desarrollo de una infraestructura ética y de un modelo de gestión eficiente, atractivo y ético, y de una cultura que inspire a todo el personal y, en lo posible, a los de su entorno: proveedores, distribuidores, franquiciados, etc.  


2. Eres una persona con una amplia trayectoria asesorando empresas en el ámbito de la ética. Hace 10 años decías en algunos de tus escritos que el comportamiento ético no mejoraba, en parte, porque no sabíamos dar buenas razones a sus directivos. ¿Actualmente, han cambiado las cosas? ¿Se ha incrementado el nivel de conciencia? ¿Qué factores han influido?

A lo largo del tiempo, el entorno legal, social y moral de las empresas va cambiando. Los escándalos éticos, los casos de corrupción, la desigualdad en la distribución de la riqueza, la falta de oportunidades para los empleados jóvenes, están cambiando las demandas sobre las empresas. Ya no basta la eficiencia económica: el listado de responsabilidades sociales crece.

La forma de explicar esto cambia también. Cuando se desarrolló el concepto de responsabilidad social, hace ya unas décadas, se daban principalmente dos razones: porque la sociedad pedía que la empresa se comportase como un buen ciudadano, “devolviendo” a la sociedad lo que esta le había dado, y porque ser socialmente responsable era rentable para la empresa. Esto reducía la ética a un medio más para alcanzar los objetivos económicos de la empresa, a través de la reputación y de otras ventajas económicas.

Hoy en día tenemos más claro qué significa ser socialmente responsable. Me gusta la definición que dio la Comisión Europea hace una veintena de años: es la responsabilidad de la empresa por sus impactos en la sociedad. Es una responsabilidad a veces legal, otras social, pero siempre moral; no es una simple conveniencia económica o de prestigio social. También tiene ventajas económicas, como el planteamiento de los objetivos de la empresa en el largo plazo, en el que se ponen de manifiesto los aprendizajes mencionados antes, y ventajas sociales, cuando se ve la responsabilidad social como un conjunto de acciones socialmente aceptadas, como filantropía, acción social o incluso “lavado de imagen”.

Pero entender la responsabilidad social como un compromiso ético radical es importante porque cambia la naturaleza de las relaciones dentro de la empresa y con su entorno. La empresa se convierte en aquella comunidad de personas, unidas por compromisos comunes, que participan de unos objetivos compartidos, son leales a una misión y viven la unidad en la organización y con sus stakeholders.


3. En nuestro entorno empresarial, llevamos un recorrido de 20 años de trayectoria progresando en el camino de la responsabilidad y la sostenibilidad y, por tanto, en teoría, de la ética aplicada a la gestión. Los que ponen el foco en las sombras de este camino afirman que esta apuesta no son más que declaraciones y «palabras» para lavar la cara de las empresas. Desde una perspectiva ética, ¿qué valoración haces?

Esto es inevitable. Siempre habrá quienes finjan una conducta que, de hecho, practican solo en apariencia.

Aristóteles hacía notar que las leyes tenían por objeto acomodar las conductas de las personas al bien común de la sociedad. Es verdad que muchas de esas personas intentarán saltarse la ley cuando puedan hacerlo sin que se les castigue por ello, pero mientras cumplan se alcanzará, más o menos, el bien común social. Esas personas que cumplen por temor al castigo “aprenden” a actuar de una manera que, con el tiempo, puede convertirse en una práctica moralmente correcta, del mismo modo que el niño que dice la verdad para evitar que su madre le castigue adquiere una práctica que le permitirá, más adelante, vivir la sinceridad no por el temor al castigo, sino como algo que es deseable por sí mismo. Lo ideal es que las empresas se comporten éticamente porque eso es lo mejor para sus directivos, empleados y propietarios y para toda la sociedad; si lo hacen por “quedar bien”, no mejoran como personas, pero al menos causan un beneficio a la sociedad, y quizás acaben aprendiendo que eso es lo que deben hacer siempre. 


4. Has dedicado gran parte de tu vida a formar a personas con cargos directivos en una escuela de negocios. Muchas de las personas que hemos pasado por estas escuelas hemos visto que el peso o el valor relativo que se le daba a la formación en ética empresarial era muy inferior al peso que se le daba a la vertiente económica o de marketing. ¿Está cambiando este enfoque en la actualidad?

Cuando yo era un profesor joven se hablaba mucho de los deberes morales de los empresarios y directivos, quizás por la cultura religiosa que entonces estaba aún vigente en España y en otros países europeos. Esto fue cambiando cuando se introdujeron los textos y los modelos anglosajones orientados a la maximización del beneficio como objetivo de las empresas. Aquella cultura humanística se conservó en algunas escuelas, a menudo apoyada en la ética de las personas, con escaso reflejo en la ética de las organizaciones.

Luego llegaron los nuevos modelos éticos, de responsabilidad social y de sostenibilidad. Cuando un puñado de profesores creamos, hace más de medio siglo, la rama española de la European Business Ethics Network (EBEN), había unos pocos cursos de ética en las escuelas y universidades españolas; hoy esto ha cambiado considerablemente. Pero quizás hemos de mejorar mucho, para conseguir que la ética no sea una asignatura más, ni siquiera una asignatura troncal en los estudios de administración y dirección de empresas, sino algo presente en todos los cursos, de modo que, siempre que se hable de toma de decisiones, aparezca la ética como un componente relevante. Enseñar ética es algo bueno, pero más importante es enseñar a actuar con ética en todas las decisiones de la empresa, y conseguir que la ética impregne la estructura y la cultura de la organización. 


5. ¿Qué diferencias podrías destacar entre las siguientes expresiones? Ser un buen gestor, ser un buen directivo, ser un buen líder.

No vamos a discutir sobre palabras. Para mí, el directivo que elabora y pone en práctica una buena estrategia de la empresa, es un buen gestor. El que cuida a su equipo humano, para que se encuentre a gusto en la empresa, se comprometa con ella y aporte lo necesario para su desarrollo, es un buen directivo. El buen líder va más allá: intenta que las personas se desarrollen como personas para que sean capaces de encontrar un sentido pleno a lo que hacen y puedan ser leales con la empresa. No son, probablemente, tres modelos distintos de directivo, sino tres facetas que cada buen directivo pone en marcha cada día, a ratos centrado en los objetivos económicos, otras veces como creador de un ambiente humano favorable, y en otros momentos como promotor del desarrollo de las personas.  


6. Existen diferentes tradiciones ético-filosóficas que, si las tenemos en cuenta, nos ayudan a fortalecer la gestión ética en el día a día de las empresas: la ética de las virtudes, la ética de los principios, la ética de las consecuencias, la ética del diálogo, la ética del cuidado … ¿Qué nos aporta cada una de ellas? ¿En qué recomendarías poner el foco a una empresa que ya ha definido su propósito y sus valores y que ahora quiere ser consistente y hacer una apuesta decidida por «bajarlos» en el día a día?

Cada una de esas tradiciones aporta algo importante a la formación de las personas y a la toma de decisiones. Las normas y los principios nos ofrecen recomendaciones generales, para identificar los problemas y orientar las soluciones: “haz el bien” es un principio positivo general, “evita el mal” es una norma negativa, también general; luego, unas y otros bajan a niveles más concretos. Las consecuencias identifican los bienes que hay que conseguir: rentabilidad, clientes satisfechos, visión a largo plazo, cumplir la ley… El diálogo es una forma de descubrir los bienes que hay que conseguir y los males que hay que evitar, partiendo del principio de que cada persona tiene un conocimiento de los problemas distintos del de las demás y, por tanto, que es bueno escucharlas a todas, pero sin caer en el asamblearismo. La ética del cuidado nos enseña a mirar a cada persona como un ser con dignidad, lleno de necesidades que hay que conocer y, en la medida de lo posible, facilitar que las pueda satisfacer, sin caer en el buenismo. Las virtudes son esas capacidades morales que las personas deben desarrollar, que les faciliten descubrir los problemas éticos, analizarlos, buscar soluciones, valorar las soluciones, tomar decisiones y ponerlas en práctica.


7. Por último, si tuvieras que ilustrar, con tres palabras, ¿qué significa para ti incorporar la ética en la toma de decisiones, ¿cuáles serían?

Yo diría: tomar buenas decisiones. No hay decisiones “éticas”: hay decisiones, con todas sus dimensiones, económicas, psicológicas, sociales, legales… y éticas. O, dicho de otra manera, y aún con menos palabras: dirigir bien.