Conexiones beethik: entrevista a Boris Mir

Boris-Mir

Foto: Sandra Lázaro

Profesor de educación secundaria experto en aprendizaje y en transformación educativa, formador en diferentes universidades y consultor en organizaciones educativas sobre gestión del cambio y liderazgo. Ha participado en el impulso de proyectos innovadores como el programa “Escola Nova 21”.


 

1. ¿Qué te sugiere el concepto de ética de la responsabilidad radical aplicado al ámbito de la educación?

En el ámbito educativo, la responsabilidad ética es parte de nuestra identidad, ya que los educadores tenemos una responsabilidad añadida debido a que nos dedicamos a formar personas. Si, además, son niños y jóvenes, pues aún más.


2. A menudo se escucha que quien realmente cambiará las cosas serán las nuevas generaciones. Tú acompañas a adolescentes como profesor, y también ayudas a maestros y personas adultas para innovar en el proceso educativo. ¿Es el mismo proceso de aprendizaje con ambos colectivos? ¿Qué expectativas de cambio pones en unos y otros?

Los procesos de aprendizaje tienen características comunes, es decir, todas las personas «aprenden» con estrategias similares: relacionando sus conocimientos previos con los nuevos aprendizajes, construyendo el significado a través de la reflexión, la creación o la interacción con los demás, reflexionando sobre la práctica, etc.

En cuanto a los cambios sociales o históricos, no depende tanto de la generación a la que perteneces, sino de tu actitud ante el cambio y de tu capacidad de impactar. En este sentido, hace falta un mayor compromiso y empoderamiento de todas las generaciones para poder participar más democrática y críticamente en los asuntos comunes.


3. Si nos centramos en estas nuevas generaciones, las tendencias actuales muestran un cambio en su compromiso con la transformación social y el cuidado del planeta. Sin embargo, ¿Se lo estamos dejando fácil? ¿Cuál es nuestra responsabilidad para permitirles avanzar hacia planteamientos más responsables? ¿Les estamos acompañando de manera adecuada desde la educación?

No está tan claro que los más jóvenes tengan un mayor compromiso con la transformación social y el cuidado del planeta. En los países empobrecidos luchan por salir adelante y en los países ricos también tienen actitudes consumistas o clasistas en gran medida. Es decir, hay jóvenes muy comprometidos y los hay muy reaccionarios. No hay una adscripción generacional, más allá de cierta «rebeldía» propia de la juventud. Los comportamientos sexistas o clasistas, por ejemplo, también están bastante extendidos entre los jóvenes, desgraciadamente. Justamente por eso, los adultos somos responsables de acompañarlos en este crecimiento hacia ideas y comportamientos más solidarios, críticos y fundamentados. Los entornos educativos y de socialización son fundamentales para una educación crítica, lo que implica a todos los agentes sociales que son «educadores» sin ser conscientes.


4. La forma en que tomamos decisiones y nos relacionamos determina en gran medida la calidad de la sociedad en la que convivimos. ¿Qué importancia crees que tiene el diálogo, la cooperación y la orientación al bien común como base de la forma de relacionarnos? ¿Cómo lo está haciendo la escuela?

Efectivamente, el diálogo, la cooperación y la orientación al bien común tienen un papel determinante en la formación de una ciudadanía crítica y responsable. El diálogo fundamentado y la aceptación de la diferencia son instrumentos fundamentales de construcción del bien común.

La escuela, sin embargo, no tiene esta función en el núcleo de su propósito. A menudo tienen un carácter meramente «instrumental», es decir, son herramientas de transmisión de contenidos o conocimientos, pero no profundizamos lo suficiente en su naturaleza como objeto de aprendizaje en sí mismo. Aprender a dialogar, a cooperar, a tomar decisiones por consenso debería ser un objetivo de aprendizaje, más que un instrumento.


5. Hay muchas iniciativas, tanto en el ámbito educativo como en otros, que plantean verdaderos cambios y transformaciones que se viven como necesarios, pero al final la mayoría quedan en buenas intenciones o, en el mejor de los casos, en pequeñas mejoras. ¿Por qué cuesta tanto transformar de verdad las maneras que tenemos de hacer las cosas? ¿Cuáles son las claves para conseguirlo?

En primer lugar, porque los cambios y las transformaciones «radicales» exigen un alto grado de compromiso, acción e, incluso, de renuncias: en todas las transformaciones importantes hay pérdidas y ganancias y conflicto de intereses. En general, se subestima la energía y el grado de sacrificio e implicación personal que todo cambio significativo conlleva.

En segundo lugar, porque los cambios importantes no son solo instrumentales. Son culturales e, incluso, de identidad. Las personas tenemos que construir nuevas formas de comprensión, de conducta y de valores. ¡Incluso repensar o rehacer nuestra identidad para ser más radicalmente éticos!

La «gestión del cambio», por lo que yo he visto en las organizaciones, se aborda de una forma demasiado mecanicista, con etapas, análisis DAFO, objetivos, etc., cuando, en realidad, el cambio es un proceso mucho más orgánico, interrelacionado y complejo. El cambio funciona más como un ecosistema complejo que como un sistema complicado de causas y efectos.


6. Estamos en un mundo en el que deben convivir maneras de pensar y actuar muy diferentes y en el que, a menudo, cada uno intenta imponer su «verdad». La Declaración de los Derechos Humanos establecía unos valores y derechos universales, una ética de mínimos, que parecía que podían orientar las bases de nuestra convivencia en paz, pero tenemos muchas señales que evidencian que no siempre se tiene presente. El sistema educativo actual, ¿incorpora suficientemente una formación orientada al reconocimiento y aplicación de los valores y derechos universales básicos en nuestra vida diaria?

Incluso la Declaración de los Derechos Humanos, que pretende ser universal, es un producto cultural de un momento histórico hecho por estados, principalmente. Ignora el fenómeno de la globalización (piensa en estados y «nacionalidades» o en «tribunales» estatales), o no aborda la sostenibilidad del planeta, los temas de género («los hombres y las mujeres»), etc. Yo incluso creo que necesitamos una nueva mirada crítica sobre la Declaración de los Derechos Humanos …

En la escuela, justamente, debemos encarnar estos debates y reflexiones, no tanto para asumir la Declaración (que está muy bien), sino para ir más allá.


7. Hablas de la importancia de medir y evaluar para crecer y mejorar y también en alguna ocasión has dicho que «en nuestra obsesión por conseguir y medir objetivos de aprendizaje hay una cierta deriva productiva que me incomoda». ¿Qué valores están aquí contrapuestos? ¿Cómo se puede resolver este conflicto?

Tenemos dos problemas muy graves: «medir» está sobrevalorado. Nos enfoca mucho a los «resultados» y poco a las «causas». Nuevamente, aquí está esta deriva mecanicista de causas y efectos en asuntos humanos, los cuales siempre son más profundos y ricos de los que suponemos.

Y, por otra parte, acabamos midiendo lo que se puede medir, no lo que es más importante. En la escuela esto es dramático, nos centramos en constatar que la gente «aprende cosas» cuando en realidad necesitamos centrarnos en «desarrollar capacidades y competencias» para una vida plena. 


8. Por último, en tres palabras, ¿qué significa para ti incorporar la ética en la toma de decisiones?

Para mí la ética siempre está relacionada con la tríada clásica del «bien, la belleza y la bondad«, así que me gustaría que una toma de decisiones siempre considerara estos tres aspectos.