Conexiones beethik: entrevista a Galo Bilbao

Galo BilbaoLicenciado en Filosofía y Teología, doctor en Teología, es integrante del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto.

Su actividad docente se concentra en diversos grados de Ingeniería, donde imparte la asignatura de Ética Profesional. Sus publicaciones tratan principalmente de ética social y política.

En los últimos años ha estado trabajando en educación para la paz, especialmente en relación con el conflicto vasco.

1. ¿Qué te sugiere el concepto de ética de la responsabilidad radical?

Ciertamente la responsabilidad se nos presenta hoy en día como una categoría nuclear de la ética: no es posible construir ninguna ética acorde a las circunstancias actuales que no tenga a la responsabilidad como elemento necesario de su arquitectura. Pero, además, ha de tratarse de una responsabilidad «radical», ha de proponer una caracterización exigente, ambiciosa de la misma: que inquiera sobre lo hecho, pero también sobre todas sus consecuencias; sobre lo no hecho (omisión) pero también sobre lo que podría haberse hecho en vez de lo efectivamente realizado; que se reconozca como condición previa (y no posterior) de nuestro ser sujetos morales; que nunca se identifique, siendo ética, con la responsabilidad que nos asigna un sistema moral concreto ni con la que nos imputa un sistema legal específico.

En el ámbito de las organizaciones, de las empresas y de su gestión, aunque ya se ha comenzado a caminar, todavía estamos muy lejos de esta responsabilidad «radical».


2. ¿Qué puede aportar la perspectiva ética a la sociedad vasca, aquí y ahora, para superar su historia reciente y para construir nuevos espacios de convivencia donde vivir mejor?

Siendo su historia reciente, desgraciadamente, una historia marcada por la violencia, la sociedad vasca necesita todos los recursos posibles para reconstruir su convivencia dañada y, en este punto, la perspectiva ética tiene muchas aportaciones que hacer, entre las que destaco en este momento las siguientes: la centralidad de las víctimas, la capacidad de autocrítica de los victimarios y la responsabilidad de los circunstantes (la mayoría espectadora, ajena a la violencia padecida y ejercida) para reintegrar, de manera diferente, a la sociedad tanto a aquellos que fueron injustamente apartados de ella (las víctimas) como a quienes así lo hicieron (los victimarios). Solo así seremos capaces de pasar de la coexistencia pacífica a la convivencia (re)conciliada.


3. Tú participaste en el Documental “Glencree” que narra la historia de una experiencia que arranca en el invierno de 2007 cuando se juntan por primera vez un grupo formado por diez víctimas de la violencia de distinto signo político, y termina en la primavera de 2012. ¿Qué impulsa a las víctimas a participar en esta experiencia? ¿Qué podemos aprender con ellas?

Fundamentalmente lo que mueve a las víctimas es su responsabilidad con la sociedad vasca y la consecución de la paz: asumir la incomodidad y la dificultad personales que les genera el proceso planteado desde la convicción de que es una aportación valiosa que pueden hacer a la sociedad y, especialmente en algunos casos, a las nuevas generaciones de la misma, representadas en sus propios hijos. Lo cierto es que este servicio que se les solicita ellas mismas reconocen posteriormente que les ha resultado también positivo personalmente: ha reconocido en el otro a un igual, han eliminado muchos prejuicios, han conocido mejor la realidad y se sienten agentes de un cambio positivo en favor de la paz y la convivencia.

Todo esto se convierte en aprendizajes para todos nosotros, pero junto a ellos hay uno especialmente importante: si ellas, siendo víctimas (es decir, quienes han sufrido ya una terrible pérdida por la injusticia sufrida) han sido capaces de esto ¿qué excusa tenemos quienes no lo somos para no hacer este mismo proceso?


4. Durante las últimas décadas la sociedad vasca ha tenido que aprender a vivir en un contexto de conflicto grave y continuado que ha generado heridas todavía abiertas y afectado a las relaciones cotidianas. ¿Qué puede aportarnos la alteridad, desde la concepción de “el otro” como un fin en sí mismo, a la reconstrucción de estas relaciones?

El reconocimiento del «otro» como un igual a «mí», en derechos y dignidad, más allá de lo que él sea o haga, es pieza fundamental de la reconstrucción de la convivencia entre «nosotros». Es más, el «yo» no existe si no es en relación con el «otro»: «yo» soy, originalmente, relacional.

La reconciliación en sociedades divididas o en conflicto demanda el reconocimiento de la común condición humana, especialmente en su vulnerabilidad y limitación, que provoca compasión y solidaridad, que toma en serio la dignidad del ser humano tal y como se manifiesta en los derechos humanos y extrae las consecuencias pertinentes.


5. Has escrito en diversas publicaciones sobre la ética de las profesiones, y concretamente has escrito el libro “Ética para ingenieros”. ¿Qué crees que deben aprender para ser profesionales excelentes? ¿Cuál está siendo el papel de la universidad en la formación ética de los profesionales del futuro? ¿Qué se podría hacer mejor?

Creo que es fundamental hacer ver que, a día de hoy, no es posible ser un buen (técnicamente) profesional si, entre otras cosas, no sólo, pero necesariamente también, no se es un profesional bueno (moralmente). Hay que recordar que la «excelencia», ese concepto omnipresente en la vida empresarial y profesional es, original y originariamente, un concepto ético, es la «areté» (virtud) aristotélica: el modo de actuar excelente (no simplemente bueno, sino el mejor posible) en unas circunstancias concretas. Hay que destacar que la ética es intrínseca a toda actividad profesional: esperamos de un profesional que haga bien (también en términos morales) su trabajo, en caso contrario, es un «chapucero».

Hay que tomar conciencia, en definitiva, que la profesión se legitima socialmente solo desde la aportación de un servicio valioso para la sociedad, que es la razón de ser de dicha profesión: su bien interno o propio, que nunca ha de confundirse con otros bienes legítimos pero externos o colaterales, como el dinero, el poder o el prestigio.

A día de hoy es impensable que la Universidad no responda a la omnipresente demanda social de profesionales con competencia ética. El ámbito universitario es un lugar privilegiado donde poder ofrecer a los futuros profesionales capacidades para descubrir los conflictos morales presentes en el ejercicio de la profesión, analizarlos críticamente desde categorías éticas y elegir los cursos de actuación más adecuados.


6. El diálogo es una de las bases del comportamiento ético ¿Cómo ves la capacidad de dialogar en nuestra sociedad?

Hay dos tendencias contrapuestas actualmente en nuestra sociedad que me resultan problemáticas a la hora de abordar los conflictos desde el diálogo. Por un lado, aquella que niega el diálogo, bien porque lo considera inútil (¿para qué dialogar si estoy en posesión de la verdad?) o peligroso (si dialogo, me arriesgo a «perder»: a que se muestren mis debilidades o incluso a que me convenzan de lo contrario que pienso). Por otro, también me resulta problemática la apelación «buenista» al diálogo, a que hay que dialogar siempre y sin condiciones; esta no es sino una expresión, amable, pero igualmente terrible, del moralismo (fiat iustitia et pereat mundus!).

El diálogo, en situaciones conflictivas concretas, está siempre condicionado, no siempre es posible, aunque sea deseable, no es simétrico si el conflicto que intenta canalizar es asimétrico (y muchos lo son y no reconocerlo es un error ético).

En este terreno, como en otros muchos es imprescindible el concurso de la ética aplicada: ¿qué significa en este conflicto concreto, en sus especificidades y condiciones propias, hacer posible, real, el diálogo como instrumento de gestión, transformación o resolución del mismo?


7. Por último, en tres palabras, ¿qué significa para ti incorporar la ética en la toma de decisiones?

La ética está originariamente presente en la toma de decisiones; no hay que justificar su incorporación. La pregunta a hacer es precisamente la contraria: ¿cómo puede justificarse que, en un proceso deliberativo de toma de decisión, donde necesariamente hay principios, valores, normas y acciones morales en juego, se excluya la ética? La respuesta, en tres palabras: de ninguna manera.