Artículo publicado en Diario Responsable
17 de marzo de 2022
Nekane Navarro Rodríguez
Socia co-fundadora de beethik y patrona de la Fundació Ajuda i Esperança
Alrededor del 8 de marzo parece que nos paramos a pensar más, aunque solo sea un poquito más, en el papel de la mujer en nuestra sociedad. Una sociedad que ahora mismo parece que sale de la pandemia provocada por la Covid-19, pero sus efectos perdurarán tiempo. Unos efectos que nos han impactado a todos, pero sobre todo a todas, que ha causado una profunda conmoción en nuestras economías y sociedades, y ha subrayado la dependencia que la sociedad tiene de las mujeres, a la vez que ha puesto de manifiesto las desigualdades estructurales en todos los ámbitos, ya sea el económico, el sanitario o la seguridad y la protección social.
En tiempos de crisis, cuando los recursos escasean y la capacidad institucional se ve limitada, las mujeres y las niñas se enfrentan a repercusiones desproporcionadas con consecuencias de gran alcance que no hacen más que agravarse en contextos de fragilidad, conflicto y emergencia. Los avances logrados con gran esfuerzo en materia de derechos de las mujeres también se encuentran amenazados. Responder a la pandemia no solo requiere rectificar desigualdades históricas, sino también construir un mundo resiliente para el interés de todas las personas, con las mujeres como sujeto de recuperación.
Ya en mayo de 2020[1] la ONU alertaba de que, aunque la crisis provocada por la Covid-19 es, en primer lugar, una crisis de salud física, supone también el germen de una importante crisis de salud mental que estallará si no se toman medidas. De hecho, ya está estallando.
Durante los meses de confinamiento[2] la prevalencia de la ansiedad era del 33% y la de la depresión, del 28%, y uno de los principales factores de riesgo de sufrir ansiedad y depresión era ser mujer.
Si nos centramos en el ámbito de las organizaciones, la OIT (Organización Internacional del Trabajo) en 2020 señalaba que el 60% de las personas trabajadoras sufren depresión o ansiedad, porcentaje mayor en el caso de las mujeres.
Podríamos seguir haciendo referencia a estudios e informes que ponen en evidencia que la actual crisis, como todas ellas, ha tenido un mayor impacto negativo sobre las mujeres. Pero seguramente no es necesario, porque sabemos cuál es la realidad. Lo que hace falta es un cambio de modelo en el que las personas – todas – estén en el centro de verdad, sin tener que depender unas de los sacrificios de otras.
Hace poco, conversando con Mar Gaya[3] (vicepresidenta de la Asociación 50ª50 liderazgo compartido y fundadora de Igualando) nos decía que, cuando llegan situaciones de crisis, la carga que supone para las mujeres tiene efectos más directos en su salud emocional y mental. Esta carga es mayor porque las tareas de cuidado siguen recayendo en las mujeres.
“Los efectos de las crisis en la salud física y mental de las mujeres tienen la causa en una sobrecarga, por eso apuntar a la corresponsabilidad es imprescindible. Pero también lo es introducir la perspectiva de género en todos los ámbitos, como la salud.
¿Cómo? Dotando de valor a esta perspectiva. El proceso de socialización ha hecho que los hombres hagan cosas que la sociedad valora. Y a las mujeres nos han enseñado que las cosas se hacen por amor, que se trabaja gratis por amor. Evidentemente, el cuidado es amor, pero solo se ha socializado a las mujeres”.
Como dice María Solanas Cardín[4], directora de Programas del Real Instituto Elcano, en nuestras sociedades todo está afectado por el género y, por supuesto, también lo está en el caso de la pandemia, una crisis en la que las mujeres son las que llevan la carga mayor en la atención sanitaria y los cuidados, sin participar en la misma medida en la toma de decisiones.
Y seguramente aquí estamos llegando al fondo de la cuestión, a la raíz más vinculada a nuestra condición humana y que nos da sentido desde la alteridad, desde el reconocimiento del otro como ser que nos da sentido a nosotros mismos, y a la perspectiva de la ética del cuidado, tan necesaria hoy.
Pero esta perspectiva nos sitúa en ese ámbito que, en este mundo sostenido por las mujeres, pero hecho para los hombres, no encuentra el sitio que necesitamos.
Volvemos al mundo de las organizaciones, ese espacio que tantos años ha costado hacer nuestro, pero que todavía no nos es propio. Un mundo en el que las competencias y capacidades que nos hablan de las bases de las relaciones humanas (el cuidado, la empatía, la cooperación…) son consideradas soft skills (¿blandas? ¿de verdad?) ante las hard skills, aquellas que nos hablan de habilidades técnicas.
En este contexto, casos como el de Jen Fisher[5], directiva de Deloitte que de repente un día no se pudo levantar de la cama por el agotamiento de la actividad laboral y decidió apostar por una propuesta que pusiera en valor por qué vale la pena invertir en el bienestar físico y mental de las personas de la empresa todavía son vividos como excepción.
Pero es la excepción que debería ser la norma. Porque no se trata de tomar un camino u otro, sino de avanzar hacia un nuevo modelo de relaciones – sociales, familiares, empresariales – que ponga el foco, por fin y de verdad, en su dimensión humana.
Hace unos días tuve el gusto de moderar en el Congreso Pick&Pack una mesa redonda sobre «La importancia de construir una forma más significativa y sostenible de trabajo, en la que bienestar, innovación y productividad vayan de la mano».
La conclusión principal fue que, en el fondo, somos personas que convivimos con personas – en cualquier ámbito que tratemos – y que para poner a las personas en el centro, de verdad, debemos observar, cuidar y dejar crecer la dimensión emocional: una dimensión que ha sido silenciada, asociándola a la calificación de soft de la que hablábamos.
Quizás es el momento de asumir que somos soft, porque somos personas, y que solo podremos llegar a ser hard si asumimos nuestra condición humana en su globalidad.
¿Cómo podemos avanzar?
- Reconociendo, agradeciendo y otorgando valor a la tarea imprescindible que realizan las mujeres, tanto en el ámbito doméstico y del cuidado, como en el profesional y social.
- Incidiendo en el cambio de roles y estereotipos desde la educación. Una educación humanista basada en valores, principios y derechos.
- Generando y dando a conocer referentes que sitúen a las mujeres en el imaginario público de acuerdo con su contribución real.
- Avanzando en la situación de mujeres en puestos de responsabilidad y toma de decisiones, para mostrar que hay otra forma de hacer las cosas… ¡más humana!
- Trabajando por un cambio de paradigma en las organizaciones en las que las competencias vinculadas a la ética del cuidado (el diálogo, la escucha activa, el cuidado del otro) tengan el lugar que merecen en los modelos de gestión actuales.
El sostenimiento de la vida pasa por el cuidado y quienes cuidan son las mujeres. Hasta que no seamos capaces de reconocer ese valor fundamental, no podremos avanzar hacia una sociedad y unas organizaciones en las que vivir y convivir mejor.
[1] https://www.un.org/sites/un2.un.org/files/policy_brief_-_covid_and_mental_health_spanish.pdf
[2] https://www.consaludmental.org/publicaciones/Salud-mental-covid-aniversario-pandemia.pdf
[3] https://www.beethik.com/es/conexiones-mar-gaya/
[4] https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-crisis-del-covid-19-y-sus-impactos-en-la-igualdad-de-genero/
[5] https://es.linkedin.com/business/talent/blog/talent-engagement/why-this-leader-made-well-being-her-north-star?trk=eml-mktg-lts-20220202-modtv2-1-pan-talent-gtt-employee-wellness-cust-global&src=e-eml&mcid=6894227427183206400&veh=LHS_EML_20220202_ModTV2_1_Pan_Talent_GTT_Employee_Wellness_CUST_GLOBAL