Con Sílvia Pérez Cruz lo de menos son las preguntas. Con ella lo primero es la música, los sentimientos y la emoción; lo racional viene después…
Por eso, aunque hemos podido conversar con ella sobre aquellas cuestiones que nos llevan desde nuestras raíces, desde nuestra esencia, hacia la contribución a una sociedad mejor, también hemos querido reflejar algunas referencias que nos permiten poner en contexto su autenticidad y dejarnos llevar por la luz que proyecta. Porque Sílvia Pérez Cruz es luz y magia. Pura conexión…
“Es una mujer que hace magia con la voz”, nos dice Andreu Buenafuente. Y, sin saber cómo, te conmueve, te transporta, te envuelve y te conecta con tus emociones, con tus raíces, con lo más profundo, radical y bello que llevamos dentro.
“Tu voz es lo más parecido que hemos encontrado a un hilo de cristal; al escucharla vemos que se estira, se estira y se estira y ai!, que se va a romper… pero no, no se rompe y, entonces, lo que se rompe es algo dentro de nosotros” (Cayetana Guillem Cuervo).
La música, una forma de vivir…
Sílvia Pérez Cruz empezó a estudiar solfeo, piano y saxo alto a los 4 años; y un poco más tarde ya cantaba con su padre en las tabernas de Palafrugell. Hoy su voz es reconocida en todos los rincones del planeta y emociona allí donde va: Japón, Brasil, Noruega, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Hong Kong, Francia, Italia, Estonia, Luxemburgo, Turquía, Suiza, Portugal, Chile,…
Sílvia dice de la música que es donde se siente libre, su forma de vivir, y que eso lo aprendió en su casa de pequeña: “Con mi padre nos veíamos poco, y la música era la forma de comunicarnos. Estaba lo que decía la letra y después estaban los subtítulos, todo eso que, al cantar, también nos transmitíamos y decíamos sobre lo que nos pasaba en nuestra vida real”.
«Cuando era pequeña sabía que me quería dedicar a un oficio que nos hiciera reaccionar, estar atentos, no sabía si sería algo social, filosófica o antropológica, pero sabía que tenía que ser algo que nos recordara que estamos vivos y nos diera un empujón para respirar y seguir caminando conectados con lo que somos.
Por otro lado, la música, aparte de estudiarla de los 3 a los 25 años, también era algo familiar, era la mejor manera de comunicarnos, de jugar, de expresar la felicidad en casa. Mi madre cantaba y daba clases de dibujo tocando la guitarra y nos daba libertad, recursos y espacio para expresarnos. Sabía que la música formaría parte de mi vida siempre, ya en la barriga mi madre cantaba y mi padre tocaba la guitarra, era imposible imaginarla sin ella, pero tampoco la pensaba como un posible oficio, era algo muy natural.
Pero un día, cuando tenía 12 años, canté por primera vez en público «Alfonsina y el mar» con mi padre en la taberna de «La bella Lola» de Calella de Palafrugell y me abrió una ventana: la vocación. Descubrí que cantando sentía cosas diferentes de mí y conectaba profundamente con lo que soy y lo podía expresar mejor que nunca, y al mismo tiempo la gente que me escuchaba se emocionaba mucho y me decía todo lo que le había pasado, cosas muy personales. Supongo que ese día y las siguientes veces que canté con mi padre (unas dos al año) me sirvieron para entender que tal vez me tenía que dedicar esto o, al menos, que necesitaba cantar en público de vez en cuando para reencontrarme.
Con el tiempo he reflexionado sobre por qué pasa esto y creo que es por el efecto espejo, yo siempre que puedo canto sinceramente, me abro, con todas mis virtudes e imperfecciones y creo que la persona que escucha también se abre. Y cuando esto ocurre, cada uno se encuentra con sus cosas.
Por otro lado, la música, el sonido, tiene la capacidad de llegar a lugares donde la palabra sola no llega, no pide permiso y es independiente a la parte intelectual, si te emociona, te emociona, no lo puedes frenar. Una vez acabé un concierto y una chica me dijo: «¿quién te ha contado mi pena que la has cantado?» y yo pensé «ah, yo no canto tu pena ni siquiera la mía, sino una pena más universal».
En el fondo no tengo ni idea de por qué pasa todo esto cuando pasa y me gusta no saberlo porque así no lo puedo controlar y me hace renacer constantemente».
El lenguaje universal de las emociones…
“Cantando es cuando se mueven más cosas dentro de mí”.
“La música tiene poder, para hacer reír, para que alguien que siente dolor deje de sentirlo, para que alguien se sienta más libre, para crear un momento de colectividad en medio de tanta soledad, para conectarte contigo mismo”.
“Intento conseguir que la gente se sienta más viva, para que reaccione, se emocione, ame, diga lo que piensa, se sienta libre”.
En cualquier rincón del mundo, en cualquier contexto, Sílvia Pérez Cruz emociona, siempre. Pero cuando cualquiera pensaríamos en la universalidad de la música, ella una vez más nos hace cambiar la mirada:
«A veces pienso que no es la música lo que es universal, sino la emoción.
Recuerdo un concierto en Brasil con unos catalanes y unos coreanos donde era imposible ponerse de acuerdo ni siquiera en el primer tiempo de cada compás, fue imposible, no hubo comunicación; pero, por otro lado he podido sentir cómo en diferentes lugares del mundo la gente se emociona por lo mismo, unos ríen más, unos gritan más, unos son muy silenciosos, unos no paran de cantar, aplauden más o menos fuerte, más o menos segundos, pero nos encontramos todos en la misma curva emocional de la música, entiendan o no la letra.
Y de hecho eso es lo que más me interesa, entender qué es lo que comparten todos los estilos, por qué cuándo alguien dice » yeah! » o «ole!» y creo que es cuando se detecta la verdad, el peso o la conexión con el presente.
Esto también lo busco en las personas, entender qué comparte el japonés con el argentino, dónde nos conectamos. También me gusta ver las diferencias que definen un estilo musical, un país o una persona. En conclusión, cuando llego a un país nuevo a cantar, como por ejemplo en Japón, al principio del concierto veo las diferencias físicas, de reacción, de posición corporal … pero al cabo de un rato siento sinceramente que somos todos lo mismo y me reencuentro con esta emoción universal».
La revolución será cantada…
Mi pequeña revolución es emocional.
“Y es indecente, gente sin casa, casas sin gente…” “Tanto pan…; tanto pan…”
Son frases potentes de «No hay tanto pan», canción que forma parte de la banda sonora de Cerca de tu casa compuesta por ella, en la que también encontramos «Ai, ai, ai», ganadora a la mejor canción original en la 31ª edición de los Premios Goya 2017. Cerca de tu casa, es una película que cuenta el drama de Sonia y su familia, quienes, tras perder su trabajo, no pueden hacer frente a las cuotas de la hipoteca y son desahuciados junto a su hija de 10 años. “Al componer la banda sonora quise hacer un canto al viaje emocional de las personas que los sufren”. Silvia recibe el premio cantando, como no podía ser de otra manera:
“Esta película ha sido una oportunidad de contar y participar en una historia comprometida. Tenemos muy mala memoria y qué bien que el arte haga inmortales cosas que no debemos olvidar”.
Pero nos cuenta que no fue fácil decidirse a participar en este proyecto:
«Me costó un año decidirme, porque ni soy actriz ni nunca lo he querido ser y soy muy respetuosa con todos los oficios. Aparte nunca he acabado de entender el funcionamiento de un actor, qué realidad imitan o buscan.
También tenía mucha gente alrededor que me decía que no lo hiciera, pero después de hablar muchos meses con Eduard, entendí que era una historia comprometida en la que me apetecía poner música, que me daba mucha libertad para crear desde mí y que era una gran oportunidad para trabajar en equipo y aprender de las otras disciplinas artísticas, entender cómo una misma realidad es explicada, bailada, cantada o interpretada, es decir, descubrir qué tienen en común las diferentes disciplinas artísticas y cuáles son las diferencias.
Era muy consciente de que no era actriz, pero al igual que hice cantar a los actores y entendí que lo que me emocionaba de ellos era la verdad frágil y la confianza, partí de allí mismo conmigo, me concentraba en estar presente en el lugar y escuchar, inspirarme en los silencios y confiar y dejarme llevar por los actores. Una experiencia preciosa».
Compromiso y responsabilidad…
La autenticidad no siempre se entiende bien en un mundo acelerado y un sector tan condicionado por la actualidad como el musical…
“Creo que vivimos un momento de mucha prisa, mucha superficialidad, la gente está mucho más preparada pero es mucho más impaciente, se valora mucho el concepto y el discurso, pero a veces es peligroso porque hay gente muy buena que no le gusta o no sabe expresarse con palabras y gente que no es tan buena pero tiene un discurso impecable que a los medios les gusta.
Me gustaría que hubiera más música en directo. Que la gente no tuviera prisa y que las redes sociales y los «likes» no estresasen tanto”.
Y en esta sociedad se están produciendo fenómenos como que se catapulte al éxito alguna música con mensajes machistas, violentos o alienantes, que llegan con facilidad a los niños y adolescentes. Cuando preguntamos a Sílvia por la responsabilidad que cree que tienen los artistas en la transmisión de valores a las generaciones futuras nos dice lo siguiente:
“Yo siempre he pensado que el arte es libertad y que en consecuencia nadie está obligado a hacer nada que no sienta, pero creo que sí que hay una responsabilidad en los valores que se transmiten, sobre todo cuando eres una figura muy conocida y hay niños que te siguen y te admiran, se deben cuidar los valores.
Supongo que llegar a entender que eres un referente y que lo que haces puede afectar a los demás también es un proceso. A mí, a pequeña escala, me ha costado mucho entender que podía ser un referente para alguien que no fuera mi hija o mis amigos, que nos inspiramos mutuamente”.
Porque la música también es la manera que ella tiene de compartir sus valores más profundos, aquellos que mueven a Sílvia a continuar haciendo su camino:
«No sabría explicarlos (estos valores) realmente porque son pequeños e indestructibles, son colores, no tienen cuerpo ni tiempo, y cuando los siento de verdad no tienen nombre.
Supongo que deben ser que lo poco o mucho que somos sea y vibre y lloremos y sonriamos las penas aceptando qué somos, compartiéndolo y haciendo equipo, sumando con los que nos rodean.
Defender con seguridad y humildad lo que queremos. A mí me ayudó mucho para ubicarme en el escenario sin jugar con el poder que te da, entender este equilibrio, es decir, yo defiendo lo que canto con seguridad porque lo riego cada día y lo quiero y me entrego con toda mi luz, pero no soy más ni menos».
Y el camino continua…
Ella sigue su camino y establece vínculos con aquellos proyectos que conectan con su radicalidad, con sus raíces, no importa su dimensión. Recientemente ha sido la voz de “La noche de 12 años”, película que narra el cautiverio del ex presidente de Uruguay, José Mújica, y dos compañeros, y en la que hace su propia versión de Los sonidos del silencio: «La canción debe ir desde la soledad máxima al ansia de libertad«.
Conexión que, en estado puro, busca su Proyecto Drama (del diálogo de la música con otras disciplinas artísticas) en el que se enmarca, con otras, esta canción.
Lo explica así:
Y también recientemente ha cantado en las habitaciones de la UCI de traumatología del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, en colaboración con la asociación “Música en Vena”:
“Ver una chica que estaba con mucho dolor y sufrimiento, y que se quedaba relajada con mi música… Eso no tiene precio”.
La ética, la responsabilidad, el diálogo se expresan de múltiples formas y Silvia Pérez Cruz tiene la suya propia. Y cuando le pedimos que nos resuma, en tres palabras, cuál cree que es el papel de la música, y de la cultura en general, en la necesaria transformación social hacia un mundo mejor, vuelve a regalarnos una invitación a la reflexión profunda y a la conexión con nuestra propia esencia:
«vida
libertad
reflexión
conflicto
emoción
comunión»